miércoles, 20 de abril de 2011

MAMA, YO DE MAYOR, QUIERO SER PROFESOR DE LA FACULTAD DE BELLAS ARTES


ALGUNOS RECUERDOS CURIOSOS DE LA FACULTAD

Como antiguo alumno de la Facultad de Bellas Artes, he comprobado muchas veces que no hay trabajo mejor pagado  ni más cómodo que ser docente en una institución artística pública superior: dígase una facultad de Bellas Artes, una Escuela de Diseño, etc.. Frente a una mayoría de gente entregada a su clase, la singularidad de la enseñanzas artísticas también permitían la presencia en los claustros, de figuras y personajes cuyo grado de desfachatez, rondaba lo prodigioso.

Un profesor de una facultad como Derecho o Medicina, en sus horas lectivas, debe de  impartir su clase. Eso significa que está obligado a plantarse físicamente delante de sus alumnos, y con mayor o menor fortuna, durante una hora o dos, realizar una exposición.  El de Bellas Artes, pues no. Así, un docente de Pintura, al comenzar la clase realizaba una propuesta de trabajo, daba un ligero vistazo para ver que todo estaba más o menos en orden y luego, pues simplemente desaparecía. Al bar, a su despacho, la calle, el gimnasio, no se sabía… Con suerte, volvía a las dos horas y tediosamente, realizaba una corrección de los ejercicios. También podía ser que ya no volviese. Ni ese día, ni el siguiente ni el otro. A veces hasta quince días. Tanto abandono primero te desconcertaba, luego te acostumbrabas y finalmente te acomodabas.

Algunos  profesores, como un antiguo director del Museo de Bellas Artes, realizaron la hazaña de no aparecer ni un solo día en todo el curso. Es de suponer que el docto prócer encontraba degradante descender a dar clase a sus alumnos, para los cuales era una presencia etérea y fantasmal, nunca vista ni presentida.

Sin embargo, llamaba la atención que tanta disposición de tiempo libre, no generase regocijo ni felicidad a sus disfrutadores, sino una expresión de hastío y tedio permanente, que desorientaba al personal.

Otros profesores, invocando su muy respetable negativa a coaccionar la sagrada libertad creativa, no realizaban propuesta ni corrección alguna durante todo el curso. Se limitaban a pasar de cuando en cuando, musitando “muy bien, muy bien” a todo y a todos. Así durante  nueve meses. Ni una sola corrección, ni un gesto. Siempre todo bien. El resultado: nulos conocimientos adquiridos.

Luego estaba el sector conspirativo, que en apasionadas asambleas de bar (invariablemente en horas lectivas, por supuesto) maquinaba la próxima defenestración del decano y su funesto equipo directivo. Los reconocías por su mirada a la vez expectante y torva. Al cruzarse contigo parecían evaluar si eras "de los suyos", "de los otros"  o es que no eras de ninguno, so tonto perdido...

Lo que desde luego todos compartían era un absoluto desinterés por el alumnado, que vagaba desencantado por los pasillos, tratando de abreviar el máximo posible su estancia en aquella facultad donde se supone, debían haber disfrutado de unos estudios muy vocacionales. 

                                                   CONTINUARA

                                                JOSE PAYA ZAFORTEZA

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